Lágrimas Para los Hombres
Por alguna extraña razón, cada
vez que río, lloro. Este defecto me ha acompañado toda la vida, dejándome en
ridículo. Me sucede cuando bromeamos con amigos, cuando recuerdo momentos en familia,
o incluso cuando veo mis series favoritas. Siempre he considerado que tengo
alguna falla: algunos cables cruzados que no me permiten gozar de la felicidad
como debiera ser.
Desde niño, entonces, evito reír
de manera sincera. Me inventé una risa falsa, que me permite mostrar alegría
cuando se supone que debería hacerlo. Y así he pasado más de veinte años de mi
vida, observando las conversaciones para saber cuándo reírme y cuándo no. Para
colmo, me emociono y conmuevo fácilmente. Basta una conversación conmovedora,
una historia triste, un lindo amanecer o una película para hacerme llorar. Mi único
escape ha sido la poesía. Sólo allí puedo reír y llorar, en palabras.
Porque, en esta sociedad, es raro
que un hombre llore tanto. ¿Qué raro hay de ser un llorón emocional? Me pregunto,
y francamente no lo sé. Pero para evitar reacciones, lloro en soledad. En los
días de quietud, cuando me siento, cierro los ojos y recuerdo a mis
antepasados, mis antiguos amores o los momentos alegres, me permito llorar. No
quiero que nadie me vea, porque preguntarán si me pasa algo. Nadie entendería
que lloro de felicidad. Entonces lloro, y lloro, riéndome en silencio, traduciendo
todos esos sentimientos en poesía.
Pero más de dos décadas aguantándome
me pasó la cuenta, y decidí sanarme. Porque cuando una niña de cuatro años, con
su globo en la mano, me mira diciéndome “tengo el globo más hermoso del mundo”,
no puedo evitar reír y cerrar mis llorosos ojos. Porque cuando recuerdo los besos
que me daba con mi polola, esas tardes anaranjadas, no puedo evitar llorar de
felicidad y nostalgia. Porque cuando mis padres me abrazan diciéndome que me
extrañaron, no quiero ahora aguantarme las lágrimas. Porque cuando un alumno mira
contento su prueba, diciéndome “gracias, profe, ahora aprendí que soy bueno en
esto”, no me puedo prohibir mojar mis ojos y abrazarlo.
Porque quizás estos cables cruzados
son un don, que me permite ver belleza donde otros ven tristeza, atreverme a
abrazar cuando lo sienta (aunque el otro lo vea raro), o recordar los momentos
pasados y vivirlos de nuevo. Porque quizás puedo hacer poesía en mi vida, y
llorar sin que me importe.
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