Abrazar a un Niño

Estoy sentado. Toda la familia está alrededor. Lo veo alejarse caminando con dificultad. Tiene un año y algunos meses. Él es mi sobrino. Lo veo a lo lejos pero, cada vez que me ve, sonríe como alegrándose de un chiste que mi cara aún no termina de decir. A mí no me causa gracia.

Esta vez quería caminar al patio. Para ello, debía bajar un pequeño escaloncito de unos diez centímetros. Me muestra su mano moviendo sus deditos, indicándome que le sostenga para poder bajarlo. Lo ayudo casi sin pensar, casi sin conmoverme. Constantemente me burlo de mis tíos y familiares: “¿Qué tan tierno le ven? Es sólo un niño, casi bebé”, siempre les digo, haciéndome el duro. Pero algo ha cambiado. A mi edad, comienzo a sentir levemente los impulsos altruistas de querer dejar descendencia. Aún no sé por qué: comenzó a serme hermosa la idea de enseñar, de ser un ejemplo para alguna persona y de apoyar con cada día de mi existencia al desarrollo de una pequeña personita. Entonces, sentado, lo observo alejarse hacia el patio lleno de césped a medio cortar. Mueve y agita sus brazos en el gesto de mayor alegría que he visto en un ser humano. ¡Está contento sólo con disfrutar del patio este hermoso día! El cielo azul que danza junto a las nubes a cientos de kilómetros de altura, los árboles que le cierran el paso en un verde majestuoso, y él que camina con tanta dificultad que en cosa de segundos lo veo más de tres veces a punto de caer. Pero no se cae. Agita sus brazos alegre. Los junta, ya que aprendió a aplaudir. Se da vuelta para mirarnos a todos nosotros. Ríe a carcajadas.

Yo lo observo lentamente desde mi asiento, con mis casi tres décadas sobre los hombros. Yo en él veo el tiempo, aprendiendo a caminar, aprendiendo a reír. Y pensar que en décadas estará saliendo a trabajar, caminando bajo la lluvia riendo con sus amigos, manejando su vehículo por calles atochadas. Y pensar que en décadas estará reflexionando quizás en el crédito hipotecario, en el anillo de bodas, en sus propios pasos y aciertos. Pero aquí está, caminando frente a la vida completa, que para él es este patio lleno de la gente que le regala amor.

Afortunadamente todos lo ven a él,  y nadie me ve a mí.

Un pájaro se posa a un par de metros frente a él. Es primera vez que ve uno, puedo mirar en su asombro. Toda su concentración se va hacia el ave que camina azarosamente. Incluso así de pie sin caminar, el pequeñito se tambalea de lado a lado haciendo los ademanes más tiernos del mundo. Entonces trata de correr hacia el pájaro. Éste sale volando.

Afortunadamente todos lo ven a él,  y nadie me ve a mí.

El pequeño hombrecito se da vuelta, me mira a los ojos, y comienza a reír de la sorpresa del vuelo, cerrando sus ojitos.
Afortunadamente todos lo ven a él,  y nadie nota en mí las lágrimas que ridículamente han asomado, al pararme corriendo y comenzar a abrazarlo por primera vez.
El abrazo más tierno que he dado jamás. 


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