Solsticio de Invierno
Mientras viajo a través de los
cerros llenos de pinos en una lluvia copiosa, contemplo la víspera taciturna
hacia la noche más larga del año. Llego a Concepción bajo un cielo nuboso sin
estrellas, contactando con mis compañeros de estudio mientras investigamos la
interioridad del ser humano. La oscuridad es insondable. Como presagié, el
mundo espiritual y el material están más unidos que nunca.
Luego de haber terminado la
investigación, preparo la manta para irme a dormir en el sofá de la casa,
mientras afuera la tormenta obtiene momentos de calma. Cierro mis ojos para
encontrar la inmensidad de la oscuridad: las energías fluyen como los ríos y
sobrepasan sin dificultad las intervenciones de mi dolor de cabeza. Me voy a
las tierras oníricas.
Al otro día, en la mañana, el
silencio de un sol nublado se ve armónicamente interrumpido por el aleatorio
caer de las gotas de agua, desde las ramas de los árboles hacia los suelos.
Camino hacia abajo por el cerro con el estómago vacío. Veo pasar las luces y
las figuras geométricas escondidas en la configuración física, siendo muy
consciente de mis propios pasos. Todo está distinto: las calles, los árboles,
los pájaros que surcan el cielo desorientados, los vehículos estacionados de la
noche anterior que son testigos silenciosos de las aventuras de la noche, los
charcos de agua que reflejan el cielo que se abre a la luz. El espíritu de la
noche aún deambula, como un reflejo tácito, en el mecer de las flores que están
agachadas, como si el fortuito pasar de los sonidos de esta mañana me estuviera
diciendo “buenos días”.
Ya en la universidad, contemplo
las creaciones humanas con ojos sorprendidos y asombrados. La lluvia ha
maquillado todos los objetos de un baño tierno, ha logrado forjar un recuerdo
de la tormenta que aún reposa en los brillos de la mañana, ha permitido que lo
matutino brille de una forma espiritual. Una bandada de tréguiles se cruza en
mis alturas, y los contemplo marcharse por sus rutas planificadas, estupefacto
por el asombroso espectáculo que me han regalado sus graznidos.
Todos mis pensamientos están
mezclados en mis sueños. Todas las imágenes se me mezclan con epifanías, con
voces que resuenan desde mis silencios, con recuerdos de dejavús perdidos que
convierten el presente en una vívida ilusión. Los minutos avanzan lentamente,
las miradas de los otros seres se quiebran, el tiempo parece sonreír y
contemplar el infinito.
Ya en la soledad de la habitación
me pierdo en el otro lado de la oscuridad. Como solo, pienso solo, disfruto el
silencio. Salgo a recorrer la ciudad, salgo a encontrarme conmigo mismo. La
lluvia arrecia, la noche se acerca.
Vuelvo a casa, creo dormir, creo
despertar. Al otro día, la luz aparece como si fuese eterna. En Concepción el
sol brilla más, enceguece los ojos soñolientos. Me reflejo en los charcos que
agua que se tornan dorados por un solo que se emancipa con el frío.
Me rencuentro con un antiguo
amigo. Caminamos dando docenas de vueltas alrededor del barrio del comercio,
alrededor de la universidad, alrededor de la plaza Perú. Reímos tanto que duele
el estómago. Compartimos una cerveza. Recordamos el pasado. Recordamos el
destino de la ausente Cecilia, primera novia, que ahora aparece en los
recuerdos mutuos como si fuera una película que ambos vimos pero que sabemos
que no existe. Yo me sorprendo de mí mismo. Me sorprendo del tiempo. Nos
despedimos en un abrazo que promete rencontrarnos. La amistad es eterna.
Paso a acompañar la solitaria
noche de otro amigo. Conversamos hasta altas horas de la noche. Comimos,
reímos, fumamos, conversamos. La muerte parece menos lapidaria, con nuestras
reflexiones. El tiempo marcha: inexorable.
Al tercer día, el solsticio
comienza a marcharse. Ha marcado el tiempo en mí: me ha convertido en otro.
Cada solsticio me recuerdo que estoy vivo. Comienza la espera para el verano.
(21-23 de Junio..)
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