El Bosque

Cortaron el bosque en las afueras de nuestra casa. Cada vez que paso por el camino, contemplando los cadáveres de aromos, álamos y eucaliptus tumbados en el suelo, siento toda la muerte pesando sobre mi respiración.
Con mi padre y Martín caminábamos por sus senderos, buscando trozos de leña botados para calentarnos, pues nunca nos atrevimos a cortar ninguna rama. Nos entreteníamos buscando hongos después de la lluvia, o plantando extrañas hierbas que más luego olvidábamos dónde las habíamos sembrado. Con mis amigos íbamos a caminar mientras conversábamos de nuestras anécdotas, fumando pipa para amenizar las historias.
En las mañanas, la luz del sol se filtraba por sobre las cimas de los álamos, llegando a la ventana de nuestro dormitorio en el segundo piso. Cuando llovía, todas las ramas se mecían estoicamente con el viento, haciendo que ineludiblemente conociéramos el sublime y abstracto sonido de las tormentas breves.
En las noches, cuando me asomaba a contemplar los cielos, las alturas de los árboles jugaban a esconder las estrellas de mi vista, y el suave viento de las noches de verano provocaba dulces melodías nocturnas. El azul del cielo plagado de estrellas se camuflaba en los límites de las hojas, mientras los pájaros hablaban a través de nuestros oídos.
Podíamos sentir el espíritu del bosque, lo recuerdo, acariciando nuestros pensamientos con sus mensajes de tiempos inmemoriales. Tocando mis manos en el frío, acompañando mis tardes de verano sentado en el patio de mi casa. Ese espíritu que acompañaba las comidas familiares, que provocaba aromas a silencio, que abrazaba la soledad de mis pensamientos en todos estos meses nostálgicos.

No sé dónde reposará ahora el espíritu del bosque. No sé dónde anidarán aquellos pájaros nocturnos desolados, ni dónde se habrá ido a posar ese aroma a melancolía. No sé dónde habrán ido a parar los pensamientos que posé en sus nidos, ni los sueños que anhelaban esas pipas enviadas al vacío. Sólo sé que la tierra donde el bosque vivía con nosotros está sumergida en su ausencia, humectando de un frío a muerte los árboles que ahora se venden al calor. Y ruego que el espíritu del bosque, en sus millones de años danzando en equilibrio con el cosmos, esté donde esté, sea capaz de perdonar. 

(Mayo, 2017) 

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