Hojas de Otoño al Viento

Me encantaría poder escribir alguna confesión. Como esas historias anónimas que aparecen en los muros de las redes sociales, donde alguien se manda cagadas y luego es entretenido de leer. Pero no. Yo trato de hacer las cosas bien, y ahí me salen mal. Puras cagadas y mala suerte.

Camino tratando de patear las hojas que lentamente avanzan al viento por la alameda. Sí, la misma alameda en donde hace unas semanas robaron mi auto, y nadie más supo de él. La misma alameda donde pololeaba, con esa primera mujer que tanto quise y que más tarde decidió seguir su camino sola. La misma alameda donde más de una tarde me senté a escribirle alguna cosilla a esa otra mujer con la que intenté amar seriamente, y que también despreció la seriedad deambulando en la promiscuidad. Cada cual busca su felicidad. No tiene nada de malo. Yo ya lo intenté varias veces, ya nada más.

El viento golpea insondable las ramas que se mecen al frío, avecinando una lluvia tempestuosa, haciendo que las hojas caigan libremente movidas por los caminos de la incertidumbre. Yo camino con dificultad. Tal vez sea  por el sueño, por los cálculos renales,  o por los zapatos mojados. Ya ni sé. Intento observar en calma la caída diagonal de las hojas marchitas, que me acompañan esta mañana solitaria de otoño. No creo merecer tanto. Tal vez un poco, pero no tanto. Pero la vida no es justa, para nada. Y hay un caos aparente que lo gobierna todo: que lo gobierna todo con una pulcritud que desespera.


Y me desespera esta mañana parca. Porque las hojas caen lentamente y parece que no les importa mi presencia. Porque el viento me hiela la cabeza calva.  Porque el tiempo no se detiene y no me deja pensar. Porque las deudas no se han pagado y no me dejan dormir. Porque lo intenté todo y ella igual se fue sin importarle nada. Porque  a nadie parece importarle que intente abrazar las hojas de otoño sin poder sentir un abrazo de vuelta. 

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