Facilidad
“Qué fácil es para ti cambiar de
ambiente. Dormir en cualquier parte o mandarte a cambiar de aquí para allá”… Tantas
veces que me han dicho esas frases que ya he comenzado a analizarlas. ¿Por qué
debería ser difícil? ¿Qué acaso lo oculto tan bien?
Desde
luego que no es fácil. Me duele cada paso que doy cada vez que me aleja más y
más de donde estaba. Duele adaptarse a un lugar y comprender las semejanzas
entre un día y el otro, acostumbrarse al ritmo de vida de un lugar y aprender
del día a día de tantas personas que se cruzan en mi camino. Camino un par de
semanas por la misma calle y ya la anciana que barre la escalera de su casa
siempre a la misma hora me saluda con una sonrisa. Observo la salida del sol en
cada ciudad y siempre es distinta. Duele tener que alejarse de la gente que
quiero en cada momento, duele tener que acostumbrarme a saludarlos a través de
una pantalla y duele encariñarse haciendo nuevos lazos con gente que sabes que
pronto tendrás que dejar.
Duele
porque soy precisamente lo contrario: no soy frío y me encariño con todas las
cosas, quiero a quien incluso no me quiere y soy sincero hasta con quien me da
vuelto de más. Duele besar los labios de quien sabes estás condenado a olvidar,
duele dar un abrazo que sabes no se repetirá, duele caminar por senderos sólo
de ida, duele recorrer distancias y observar con las manos en los bolsillos como
avanzan los meses sin poder adelantarlos.
¿Pero
por qué lo hago? ¿Por qué aparento facilidad en mis viajes que me cuestan? Porque
creo que el corazón no se limita, sino que se agranda más y siempre hay cabida
para alguien más. No es facilidad, es existencialismo. No es frialdad, es
exceso de cariño.
¿Por
qué lo hago? Porque lucho contra mí mismo.
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