El Horizonte de Sucesos

 


Me levanté a observar el firmamento. Era tarde, no había prisa. 

El horizonte era medio día, ese día que dije ya basta. 

Me levanté a observar los cielos, anhelante, expectante. 

Me levanté y dije ya basta de que el tiempo sea el factor del cambio, en nosotros mismos, en lo que nos rodea. 

Miré hacia mi alrededor y vi que la persona que quería ser había sido siempre yo, después del sufrir que enseña. Frustrado por quizás qué cosa, pero siempre yo. Y ya no era posible establecer otro punto de vista al problema, estaba jodido. Esa calma que te llega a la mente cuando ya te rindes, sales a dar una vuelta, y al regreso tienes otro enfoque a la cosa. Así enfrenté de frustrado el dolor de la soledad. 

Ése día de despertar anhelante estaba en mí, y yo en él. 

Ése día ya comprendí que no bastaba con querer mucho, si la vida misma se aleja. Estar de esa forma rendido a la experiencia, rendido a la sapiencia, es una forma suprema de inteligencia que recién comencé a descubrir. Una forma que  ahora también habitaba en mí. 

Desperté y miré a los cielos, tranquilo, observando el tiempo. Las nubes y el eterno paso de los días me esperaban calmados. Allí observé que mirar a las nubes es, ciertamente, mirar el pasado del agua. Mirar el pasado en el presente, mágicamente flotando. Yo veía este paso irrefrenable del tiempo rendido a la soledad, ese día que dije ya basta. 

Cuánto hubiera escapado a ése sentimiento triste, de querer abrazar, años antes. Le hubiera hablado a alguien, abierto Instagram, o prendido el Playstation. Porque el aislamiento de cuarentena, cuando estás solo en la vida, es el doblemente pesada. Pero ahora ya estaba rendido a ese sentir no correspondido, y observaba el cielo. Es increíble cómo creemos sobrellevar la soledad, cada uno a su manera, pero sin darnos cuenta que esas pequeñas acciones también son un escape a la contemplación de la propia existencia. 

Me vi completamente solo, sin pensar en lo que deseaba o lo que quería. No quise ampliar mi horizonte de sucesos, querer proyectar lo que podría pasar, lo que supuestamente estaría mejor. Dejé de pensar que mi vida debería estar siendo querida por alguien, u observada, porque ese deseo mismo me impedía observar la belleza de mi soledad. De estar aquí conversando conmigo mismo, de la manera más pura, como nadie otro espera al final de su día. 

Me vi y logré entender que mi vida propia es la más hermosa de todas. Porque desde este punto, en donde la soledad es tan honda, por fin he comprendido que no se debe querer tanto sin ser querido. 

Me vi y por fin pude comprender que era una buena persona. Que eso me bastaba para sentirme bien en mi soledad. No necesito otra cosa. No hay nada que no pueda lograr. Entonces salí en bicicleta a pasear solo, para fotografiar el sol de atardecer. 

Me vi y comprendí que la persona que siempre había querido ser, estaba frente a mí. Lo había logrado. 

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