Enamorarse de Mí
Siempre
me he preguntado qué hace surgir el amor. Y quisiera explicarlo con palabras
sencillas, las únicas que tengo. Desde que era niño, honestamente, el amor
entre dos personas es algo que parece huir de mi propio entendimiento, algo que
no puedo tomar con mis manos. ¿Cómo funciona el amor? ¿Cómo llegamos al punto
de querer tanto a esa persona, que antes no conocíamos, al punto que no podemos
dormir, ni concentrarnos, ni hacer otra cosa que pensar en ella y desear estar
ahí?
Pero
pasaron los años, y la respuesta nunca llegó. El tiempo fue avanzando, los
árboles creían y las nubes se movían sin cesar. Sólo hice lo que tenía que
hacer, seguir adelante, seguir funcionando. Siempre he sido yo mismo, aunque
eso cuesta a veces. Caminé con prisa, como siempre, moviendo los dedos de mis
manos rápidamente con la canción que tuviese sonando en mi memoria, que siempre
había una. Las personas fueron llegando, y también se fueron marchando. Sus
rostros fueron quedando dentro de mí, como las cicatrices en un árbol que se
resisten a ir.
Entonces
comprendí que el amor era parecido a un gato que persigues porque quieres
acariciarlo. Se arranca cuando lo persigues. Nada de lo que hagas parece
acercarlo. Tienes que rendirte, esperar que se acerque. O quizás no. Quizás
nunca se acercará. No puedes vivir con la tristeza de esperarlo, aunque a veces
intentes aferrarte a la tristeza e intentar desahogarte. Cerré mis ojos,
inventé una nueva canción que me ayudara a lidiar con mis sentimientos, y seguí
adelante. En el camino me fui haciendo fuerte. Mis ojos se fueron volviendo
duros. La mirada inocente y traviesa de niño se me fue cambiando a una mirada
penetrante, casi siniestra a veces, pero llena de sentimiento. Mis brazos y
cuerpo fueron magullando sus heridas, mi espalda se volvió torpe para bailar
pero fuerte para resistir. Mis rodillas aguantaron cada golpe, cada tormenta.
Lo
único que pude hacer era ser sincero, intentar entenderme a mí mismo y nunca
mentir en lo que sentía. Los sentimientos dentro de mí fueron saliendo en forma
de canciones. También en forma de poesía. Descubrí que en la soledad sólo podía
tratar de “quererme a mí mismo”, eso que todos dicen que debes hacer pero nadie
te dice cómo hacerlo. ¿Cómo se supone que debo quererme? Necesitaba una
referencia: para enamorarme de mí mismo tenía que saber lo que era que alguien
se enamorara de mí, o al menos eso pensaba con el paso de los años. Descubrí
que las palabras que salían en mis poemas, en mis cuadernos, eran parte de mí.
Aprendí a quererlas. No muchas personas se dedicaban a leer o valorar lo que
escribía, pero yo las quería. Me leía a mí mismo, para tratar de entenderme. A
veces pensaba, ¿Para qué hago todo eso? Realmente amaba las melodías que mis
manos podían sacar en mi guitarra, sabían que eran sentimientos reales que
surgían desde el fondo de mi alma. Pero a veces pensaba, ¿qué sentido tiene
hacer esto si nadie lo aprecia? Hubo esos momentos de flaqueza. Pero no me
rendí. Sabía que era algo que nacía por alguna razón. Así que continué con mi
forma de ser.
Personas
fueron llegando a mi vida, bajo la dinámica del amor, pero tarde o temprano se
fueron. Fueron muy pocas, pero las atesoré dentro de mi alma y prometí nunca
olvidar. Me di cuenta que eso que buscaba, el amor, había estado presente de
manera sincera y real. Pero en algún punto de la relación, pareció desaparecer.
Y nada de lo que yo hiciera o dejara de hacer podía impedir que el amor se fugara.
El
amor era como un gran muro blanco, irrompible, que no dejaba acto para
retenerlo. Comprendí que el amor era más que un sentimiento, más que una
sensación. Claro que era fácil la atracción entre dos personas: se gustaban, se
lo decían de formas diversas, bailaban, y luego formaban una relación. A veces
podían gustarse toda la vida, tener familia, pero a veces no. A veces las
relaciones terminaban, parecían estar tristes un par de semanas y luego volvían
a intentar gustarle a otra persona. Con mi escasa sabiduría, pero sinceridad,
me di cuenta que ésa no era la forma en la que yo intentaba amar. ¡Era tan
absurdo! Algunos se sentían incluso atraídos por varias personas, y lo
intentaban con todas al mismo tiempo, y pololeaban con la que les resultara.
Eso no era amor para mí.
Entendí
que no buscaba eso. El amor no es algo que pudiera poseer. El amor no era algo
que pudiera dar, ni recibir, porque no se podía tener. El amor no era algo que
yo pudiera “hacer”, ni atraer hacia mí. Lo más difícil era darme cuenta de la
absoluta verdad: no se podía hacer nada para “despertar” el amor en otra
persona. Nada de lo que hicieras, o dijeras, podía hacer sentir eso a la otra persona
si esa persona no quería. El amor estaba al otro lado de este muro blanco,
irrompible. Nada de lo que yo hiciera, desde este lado del muro, podría hacerlo
venir.
Ahora,
que puedo entender al menos el paso del tiempo en mi vida, comprendo por qué
hablan metafóricamente de las “mariposas en el estómago”. El amor tiene su inteligencia
propia, su propia manifestación. Como una mariposa, vuela ligeramente, sin que
puedas adivinar su vuelo ni predecir dónde está yendo. Tal como una mariposa,
el amor no puedes predecir dónde va a posarse ni por cuánto tiempo. Y tal como
ese delicado volador, cualquier intento de agarrarlo y retenerlo terminará por
destruirlo. Finalmente, en un momento en el que no te des cuenta, el amor puede
marcharse. Pero esta analogía también me descubrió una verdad: el amor está
vivo, tiene inteligencia propia. Tal como la mariposa, no desaparece, sino que
simplemente se marcha a otro sitio.
Lo
último que pasó fue comprender la naturaleza del amor y del tiempo. Comprendí que
el amor podía existir más allá del tiempo. Ahora el paso de los años había sido
mayor, y la experiencia había generado que en mis ojos asomara la sabiduría y
poco a poco, la vejez, ¿Qué podía hacer para hacer manifestarse el amor, hacia
mí, de alguien? Realmente comprendí la cruda verdad que no podía hacer nada. Pero
volví a sentir el amor hacia otra persona. ¿Cómo era posible, maldita sea, que
sintiera algo tan fuerte dentro de mí, por esa persona, tan real, pero ella no
sintiera absolutamente nada? No era capaz de entenderlo. Pero sin duda era
amor.
Era
amor porque no dependía del tiempo. Con mis años, comprendí que todo en la vida
perece, todo cambia, todo muere y se renueva. Esa es la belleza de la vida y la
muerte, es la verdad real que tenemos que aceptar. Las personas llegan, se van,
los días avanzan irresolublemente. Todos los objetos y las cosas van cambiando,
los lugares, las casas, los árboles, las montañas. Incluso el día a día iba
cambiando, tal era el paso del tiempo. Cada mañana, por más alegre que fuese,
estaba condenada irremediablemente a perderse en el flujo del tiempo y del
olvido. Pero el amor parecía ser una energía que se escapaba a este fluir.
Voy
a tratar de explicar desde el fondo de mi corazón cómo siento el amor, cómo
éste fluye por encima del tiempo y es más fuerte que él. Me di cuenta que las personas
cambiaban. Siempre. A pesar que tuviesen nombres, personalidad y rasgos
constantes, siempre cambiaban, siempre todo cambia. Así es el tiempo. Es la
maravillosa esencia de la vida. La persona que amaba era parte de ello. Y yo
también. Pero el movimiento del tiempo era aún más sutil que eso. Cada día
cambiamos, cada día somos distintos que el ayer. Cada segundo que el tiempo
fluye, algo cambia en nosotros y algo permanece. Eso que permanece es el amor.
Descubrí
que si creía conocer a la persona que amo, estaba impidiendo que el amor se
manifestara. Claro que podía conocerla, aprender de ella, admirar cada detalle
y recordar cada minúscula parte de su existencia. Me es fácil reconocer la
maravillosa existencia de ese ser que amo con toda mi alma. Pero el amor une la
vida, y el ser que amo está vivo. Y descubrí que cada día que la tenía frente a
mí, había algo que permanecía, pero algo también que cambiaba y rejuvenecía
como la vida misma. Cada día me enamoraba más y más, porque ponía atención al
amor que hacía posible este maravilloso encuentro. Y cada día me enamoraba más,
porque verla era grandioso como la primera vez que la vi. Y descubrí que el
amor podía existir más allá del tiempo, porque escapaba a este ciclo
irremediable de la muerte y la vida, que existía por sobre él y que de hecho
permitía que pudiésemos observarlo.
Y
tuve la maravillosa revelación del amor. El hecho que pudiera recordarla, y
percibirla, y sólo contemplar su existencia, era amor. El encontrarme con ella,
mirarla a los ojos y darme cuenta que estaba viva igual que yo, en este
universo en constante cambio, era amor. El hecho que reconociera su propio ser
frente a mí, era amor. Algo cambió en mí. Algo se calmó. Ahora había un silencio
que me permitía observar cada cosa. No podía hacer nada para atraer el amor,
pero sí podía dejar la “puerta abierta” para observarlo. Descubrí que la
percepción es amor. Que el simple hecho que ella existiera, y yo también
estuviera vivo para poder percibir su existencia, era el movimiento del amor
que estaba fluyendo más allá del tiempo.
¿Y
cómo enamorarse de mí? No lo sé. Lo único que sé es que ahora soy, y que luego
cambiaré. Pero algo permanecerá. La esencia de mí es a lo que me aferro. Y
desde allí camino todos los días, desde allí canto, desde allí río, desde allí
trato de ser siempre una mejor persona. No conozco el destino del tiempo:
quizás algún día alguien se enamorará de mí. De estos ojos negros, de esta
sonrisa que siempre sale a flote no sé por qué, de esta sencillez de sólo
observar con ojos maravillosos el movimiento de la vida. Alguien algún día se
enamoraría de mis palabras, de las notas musicales que mágicamente salen de mis
manos. ¿Y cómo enamorarse de mí? No lo sé. De las risas, de la forma en la que
siempre intento ayudar. De las ganas que tengo de tener éxito en todo, con las energías
que nunca se me acaban. De la curiosidad que tengo por aprender de todo, de hablar
de lo que me interesa e intriga. ¿Cómo enamorase de alguien como yo? No lo sé. Pero quizás algún día alguien mirará con los
ojos del tiempo, en ese movimiento del amor que nacerá desde ella sin que yo
pueda hacer nada, y me percibirá con la misma realidad que yo percibo. Se
enamorará del silencio con que la escucho, con que abro mis ojos para
simplemente observarla y quererla, del respeto que pongo por su forma de ser y
el hecho de no querer cambiar nada de ella, porque ya existe y con eso basta.
¿Cómo
enamorarse de mí? No sé cómo. Sólo puedo cada día esforzarme por ser mejor. Más
sincero, más leal, cada día un mejor hombre. Dedicarme a mi trabajo, mis investigaciones,
mis libros, mis canciones. Porque cuando llega el día de querer, querré. Porque
si tengo que jugármela por alguien, sé que lo haré.
¿Cómo
siquiera saber si alguien, alguna vez, se enamorará de mí? No lo puedo saber.
No puedo hacer nada para hacer que el amor aparezca. Sólo puedo yo mismo “ser”
amor, y dejar que exista, al menos, en
esta parte del muro blanco que no puedo romper.
Cómo
enamorase de mí es algo que yo no sé hacer, pero que espero que algún día
alguien sepa.
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