Pelea (Extracto de "Cuando Dios Siente su Soledad")

- ¡Qué es esa cosa! – dije en voz alta.
-No te preocupes – me dijo. Me he topado con criaturas como ésta cientos de veces. Quédate detrás de mí. 

         La criatura se puso en frente del extraño guerrero mostrando unos dientes afilados que más parecían colmillos. Levantó su arma completamente con sus dos “manos”, tapando la sombra de un sol que había completado su salida. Mi nuevo compañero, confiado, esperaba la lentitud del movimiento presagiado. Esperó que cayera la gigantesca hacha esquivando rápidamente el golpe hacia la derecha, desde donde ágilmente sacó una daga de una mano y le propinó una estocada ligera en la pata derecha, alejándose unos pasos luego de asestarla. Yo por mi parte salté hacia atrás desde mi lugar de asiento, salvaguardando mi distancia. La criatura gimió de dolor, mientras el guerrero sonreía. Sacó el hacha enterrada del suelo generando un temblor a nuestro alrededor y lanzó un nuevo golpe, esta vez horizontal, hacia mi nuevo compañero con exceso de confianza. Éste se agachó con rapidez, levantando levemente su daga para desgarrar sin esfuerzo el brazo derecho de la criatura. Todo parecía fácil y cotidiano para él. Dio un salto hacia adelante por encima del aquejado monstruo, golpeando con su codo la nuca de la bestia. Ésta cayó hasta arrodillarse hacia adelante, sangrando de su pierna y su brazo. Comenzó  a gritar de cólera, mientras que por sobre su hombro pude ver la cara confiada del guerrero egocéntrico en contraste con los rayos del sol matutino. Uno tras otro los hachazos de la bestia eran esquivados por el guerrero, mientras éste le propinaba certeramente estocadas sangrientas en distintas partes de su cuerpo. La criatura tambaleaba. Luego de caer definitivamente comenzó a ponerse de pie con dificultad, mientras observé cómo lentamente el guerrero desenvainaba una larga espada, que brillaba heroicamente sobre esa escena sangrienta. Francamente nunca había visto una confrontación de esa magnitud tan de cerca. Cada movimiento que realizaban los guerreros sacudía mis entrañas que se emocionaban con la victoria de mi nuevo acompañante, que magníficamente  había vencido sin dificultad a la bestia. La espada del guerrero era larga y brillante, como pude ver mientras la levantaba lentamente para asestar el golpe final. Yo observaba lentamente con ojos expectantes, mientras mi corazón latía con fuerza. El asesinato a cargo de la espada era esperable.
           

            Sin embargo algo pasó. Tan rápido que no supe cómo. Al caer la espada sobre la bestia, ésta desestabilizó al guerrero golpeándolo levemente en sus piernas con las suyas. La criatura se dio vuelta y levantó su hacha fuertemente por el aire, asestando un golpe certero al guerrero que hizo que su cabeza rodara varios metros del lugar. Yo miraba casi sin respirar. La espada cayó al suelo y se golpeó en un sonido hueco, impregnándose de rocío. Yo estaba estupefacto, desarmado, indefenso. La criatura se puso de pie gimiendo de furia y emoción. Gritó unas palabras indescifrables, mientras levantaba nuevamente el hacha y se acercaba hacia mí. Todo el tiempo, podría haberlo jurado, avanzaba más lentamente en ese entonces. Sentí cada paso que daba el monstruo remeciendo la tierra con su avance. Yo me puse de pie (¿acaso era una mejor forma de que me cortaran la cabeza también?) pero todo fue tan rápido que no tuve tiempo ni de tomar la espada del suelo o de intentar escapar. Entonces la bestia me miró a los ojos respirando con dificultad mientras yo pude ver los suyos, negros, sin brillo y sin pupilas. Levantó el hacha que sangraba para efectuar otro movimiento asesino, ésta vez contra mí, pero se detuvo unos segundos para mirarme fijamente. Entonces respiré. Sentí el aire que entraba en mis pulmones y me entregaba vida, sentí el aire conectado con cada centímetro de esa llanura y con cada árbol del bosque que nos rodeaba. Sentí el aire que nos comunicaba a todos y a todo, que entraba en mis pulmones y salía rápidamente para luego entrar en los pulmones de la bestia que tenía en frente. Sentí el inmenso mar de aire que nos rodeaba y por el cual nadábamos. Algo pasó. Algo indescriptible. El monstruo bajó el hacha, pero sin propinarme ningún golpe. Algo vio en mí. Algo que lo desconcertó. Dio media vuelta y se alejó por la llanura lentamente hasta que ya lo perdí de vista. Yo me quedé desconcertado. Sorprendido. Y el aire quedó impregnado de un olor a muerte. 

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