Entre Risas y Nerviosismos

Era una mañana apacible de día sábado. Tranquila. O al menos empezó así. Porque no había tomado la guitarra por más de 20 minutos cuando tuve que salir al centro a hacer trámites. Debería ser judío, al menos podría descansar los sábados. Pero no, tuve que resignarme a dejar la canción a medio tocar y reparar uno de esos celulares con botones, que ya nadie ocupa, pero que típico nuestro padre atesora y le fascina.


Encendí el motor del auto bajo los sonidos de una radio, que a veces, suena mal. Sé que tengo que comprar una nueva, pero las cervezas cada día están más caras y un hombre tiene prioridades. Cuando voy saliendo, me saluda la típica vecina que barre el frontis de la casa como pretexto para copuchentear qué diablos estoy haciendo. La miro lentamente, la saludo, mientras observo que en el interior de la casa hay muchos juguetes botados en el suelo, junto a un sostén de color rosado. Me río sin poder disimularlo,  pero la vecina cree que le estoy coqueteando, lo que se refleja en sus pupilas dilatadas y una risa nerviosa. Qué vergüenza.

Me estaciono en una calle atochada. El señor que está de parquímetro está sentado a la sombra, pegado al celular sentado sobre un tarro de pintura blanca. Es tan gordo que le da flojera venir hacia mí y anotar el número de la patente. Veo que le saca una foto al auto de lejos.

Llego al centro y dejo el celular de mi papá en uno de esos locales que ostentan ser “servicio técnico autorizado”, lleno de carcasas chinas de colores flaites. Me atiende una mujer casi adolescente, quizás de unos 19 años, con un amplio escote imposible de no ver. Me dice caballero y me trata de usted. A mí me da risa tener 26 y aparentar 38.

No sé cómo una cosa llevó a la otra, pero de pronto estoy comiéndome un completo de 20 centímetros con mayo casera, junto a uno de mis mejores amigos y su polola, también muy buena amiga mía. Nos reímos tan fuerte que las viejas a nuestro alrededor, esas típicas señoras que se comen la hamburguesa con culpa, nos mira feo. A nosotros nos importa una mierda. Nos reímos tan fuerte que siento que la mayo se me va a salir por la nariz.

Otra vez no sé cómo una cosa llevó a la otra, pero estamos con dos amigos más y una muchacha ecuatoriana que se nos sumó, amiga de mi amiga. Estamos en una terraza, tomándonos unos helados de sabores extraños que más tarde se suman a unas cervezas. Una mezclar rara, pero deliciosa. Yo perdí el número de mi amiga, así que le paso mi celular para que se anote su contacto mientras disfruto el segundo medio litro de cerveza. Al otro lado de la mesa uno de mis amigos se jotea brígido a la ecuatoriana, que no puedo negar que es rica y simpática, aunque medio confianzuda. Mi amiga se anota como “linda” (y corazoncito) en mi celular. Yo le comento que en la foto sale con el pelo ondulado. “¿Y cómo me veo más linda crees tú, con pelo ondulado o liso como ahora?”, me pregunta mi amiga, que ya se le subió la cerveza al cuerpo, igual que su amiga ecuatoriana que coloca su escote encima de la mesa para que mi amigo lo vea y pierda el juicio. Yo me pongo a reír sin decir nada. Mi amiga me repite la pregunta. Me vuelvo a reír sin decirle nada, y cambio el tema.

Otra vez no sé cómo una cosa llevó a la otra, pero el asunto es que nos vamos a la montaña a acampar, todos juntos con la ecuatoriana entusiasmada con la idea de bañarse en pelota en el río mañana en la mañana. Tenemos que ir a las casas a buscar todo lo necesario. Nos vamos en unas horas más. Enciendo mi auto, colocando la música tan fuerte que los parlantes ya se revientan. Pico con la wea. Veo por el retrovisor que el parquímetro guatón está leeeeeeejos, que me vio, pero no se acerca. Le toco la bocina para que venga, porque no puedo salir marcha atrás a buscarlo para pagarle. Me doy cuenta que es tan gordo que su imagen en el espejo apenas cabe. Debería ser ilegal ser tan gordo, pienso yo y me río. Viene caminando tan lento, que la canción culiá de 7 minutos termina antes de que llegue. Le pago de más, y al pasarle las monedas le digo “pal gimnasio”. O lo pensé, ya no me acuerdo. Soy un sarcástico de mierda, pelao pesao.

No sé cómo una cosa llevó a la otra, pero estamos sentados alrededor de la fogata, bajo un cielo con mil estrellas a la mierda. La ecuatoriana al final no vino, y mi amigo quedó tan entusiasmado que yo creo que le va a costar dormir.

Después de que comemos, conversamos, fumamos, tomamos y nos desahogamos, viene esa parte de la noche que me encanta, en donde el silencio de los cerros se mezcla con los miles de grillos que cantan. Yo me alejo un poco, hacia la oscuridad, para contemplar el cielo infinito mientras me pongo a pensar weas cuáticas. No sé qué hora es. Eso es lo hermoso de venir acá.

Como siempre me pasa cuando me pongo a meditar dentro de mí mismo, todo parece congelado, se percibe el hermoso sonido del silencio, dejo de percibir dónde estoy y el tiempo parece detenerse. Todas las ideas de lo que se viene, los proyectos, sueños, anhelos, deberes, se difuminan. Luego todos los recuerdos, las vivencias, los datos, la historia del mundo, también se van de mi mente. Sólo existe el silencio, la paz, la tranquilidad.

Como el viaje fue improvisado, tenemos una sola carpa y dormimos todos juntos dentro haciendo competencia de peos. Al menos dormimos calentitos. Yo trato de no moverme, porque una de mis amigas está a mi derecha y no quiero pasar a tocarle los pechos, que más encima es de esas minas flacas que los tiene grandes. Pero a mi izquierda está un amigo, que si lo paso a tocar sería peor. Al final, logro dormir tranquilamente, porque casi ni me muevo.

Al otro día en la mañana, el frío del aire húmedo se mezcla con los tenues rayos de sol que atraviesan lentamente las ramas de los árboles. Contemplo las caras llenas de ojeras de mis amigos (la mía debe estar peor), al mismo tiempo que lanzamos bromas entre nosotros. Me encanta esa magia de la mañana al acampar, donde el silencio es distinto, las voces de las personas pareciera que se escuchan más claras, y nos miramos a los ojos sonriendo sin decir nada. Todo eso se mezcla con el chisporroteo de la leña prendiendo.

Es domingo. Primavera.
Estoy feliz.

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