Lluvia de Noviembre

En este tiempo, las calles se ponen cada vez más anaranjadas, regalando atardeceres llenos de colores. Los pasos atestados de soledad, que me guían irremediablemente a los mismos lugares, se llenan de los aromas del olvido, como cuando recordamos viejas avenidas visitadas en la infancia, o tenues rostros amigables que han quedado en el pasado.

Ahora las tardes se van mezclando del verano que viene, dejando un perfume de sol. Yo siento repetidamente su aroma que me asesina. En la soledad de las noches, cuando las estrellas me tienen despierto, en las mañanas aún frías cuando camino hacia el colegio, incluso en las ciudades alejadas cuando voy a clases. Y precisamente ahora, que las noticias han sido sorpresivamente bendiciones, me he quedado nuevamente contemplativo en soledad, a la espera de esa conexión prometida que nunca llega.

La diferencia es que el ser que reflexiona sobre el tiempo ahora lo puede observar. Ya no corre a prisa, como esperando la epifanía difusa de antaño, o deambulando errante por las avenidas del sur. Pero ver el funcionamiento del tiempo no aminora la soledad.

El ser toma la guitarra… cansado. Configura unas canciones de energía interna, después que la lluvia de noviembre ha manchado toda la alameda Se olvida del cansancio, de la soledad, del pasado que asesina, del aroma de ella que aparece sin que lo llamen. Y grita a los cuatro vientos Por quién doblan las campanas. La lluvia de noviembre me dice que siga viviendo, que siga observando el tiempo. No sé hacia dónde va, pero lo observo. La lluvia de noviembre me dice que siga maravillándome con la vida, que aprenda de ella, que siga caminando.


La lluvia de noviembre se detiene. Las campanas suenan. Hay alegría en mi rostro, aunque creo no saber por qué. 

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